¿Qué es la autonomía?

¿Qué es la autonomía?

 

Este texto tiene por objetivo repasar distintos sentidos de la palabra autonomía, desde sus orígenes hasta un desarrollo conceptual más profundo, pasando por usurpaciones burguesas. El objetivo es esclarecer lo que puede significar teóricamente la autonomía en término de emancipación para adecuar nuestras prácticas revolucionarias.

Defendemos, de manera tentativa, que solo existe una autonomía revolucionaria, es decir una autonomía antagónica a la heteronomía. Han existidos varios sistemas heterónomos en la historia (Feudal, Inca, capitalista, etc.) y hay bastante consenso por entender la heteronomía para definir una organización social en la cual una minoría de individuos decide para el conjunto de la sociedad. Es una relación social de mando-obediencia; de dependencia social, característica de los sistemas jerárquicos y autoritarios. Del mismo modo, la historia nos muestra que hubo varios intentos de revueltas y construcciones autónomas o hacia la autonomía: las anarquistas (como las comunas), las marxistas (como los consejos obreros) y las indígenas (las distintas autonomías comunitarias) y seguramente que otras quedan desconocidas. Esas luchas o experiencias tendían o tienden en algo similar, a emanciparse de su condición subalterna mediante el desarrollo de una organización social liberadora, justamente para no reproducir la dominación que sufrían. Partimos de la idea que todas esas experiencias tenían algo común, a veces afirmado más claramente que en otras ocasiones, la búsqueda de la autonomía. De ahí nuestra intuición en explorar la posibilidad de una sola autonomía teórica, un tipo-ideal, que abriría pistas para desarrollar y asumir une postura socialmente antagónica a la heteronomía. También significaría que las demás utilizaciones del concepto de autonomía son incompletas o son engaños.

Con este breve planteamiento introductivo, evidenciamos una apuesta arriesgada pero de gran interés. Si solo hay una autonomía teórica, es que el concepto es transversal a distintas corrientes políticas. Este trabajo de reflexión puede abrir pistas para una unidad revolucionaria concreta que se podría obtener alrededor de una visión compartida sin negar las diferencias de cada uno. Pese a que defendemos la Autonomía y que exponemos unas reflexiones que podrían estar interpretadas como pistas a seguir, no defendemos un “autonomismo”. No promovemos una ideología cuya línea es una autonomía a fuerza, a todo costo, ya que sería forzar subjetividades a seguir un camino que no le es propio. En cambio, reflexionar sobre el potencial que tiene la autonomía en abstracto, proporciona herramientas críticas y concretas para luchar, desde el cotidiano y desde distintas perspectivas, contra todo tipo de dominación, pero especialmente contra el sistema estado-capital. Si no queremos hacer una ideología de la autonomía, creemos que si hay verdades de la autonomía.

 

Partiendo del primer sentido

Autonomía, de “auto” (si-mismo, en griego); “nomos” (ley, en griego). Sustantivo que significa el hecho de crear sus propias leyes o auto-gobernarse, en referencia al periodo histórico cuando debajo el Imperio Romano, ciudades griegas obtuvieron ese derecho. Por extensión, al nivel individual, es también la capacidad de determinarse por si mismo, tener capacidad de elección, de actuar libremente.

Volviendo a las ciudades griegas, hay que notar que no eran totalmente “autónomas”, ya que seguían dependiendo de la complacencia de los romanos en cambio de impuestos y sus sometimientos. Permanecía una relación vertical, semi-alianza, semi-forzada. Los romanos dieron a los griegos una “autonomía-externa”. Así, los griegos ya no dependían directamente de un poder externo, él de los romanos, para crear sus propias leyes. De esta manera, los romanos no tenían que hacerlo, lo que les permitía mandar sus fuerzas armadas en otras partes de su imperio. Esta autonomía parcial se estableció para el beneficio de los romanos y mediante coerción. Podríamos hacer el paralelo con situaciones similares en América Latina, cuando el estado concede un estatuto especial a comunidades indígenas, que se pueden regir con sus propios gobiernos de “Usos y Costumbres”. Obtienen una autonomía, sumamente relativa, dado que el estado queda dominante.

Volviendo al origen de la palabra, se destacan dos características fundamentales. Primero, la autonomía significa un cierto grado de independencia política en relación a otra entidad social superior o exterior. Entonces exigir “autonomía” es plantearse una meta, que se definiría por el hecho de obtener la independencia política (ser autónomo). Segundo, es también un proceso, porque una vez la independencia política obtenida, hay que auto-gobernarse.

Ahora, es importante señalar, que nada predetermina que tipo de organización social se establecerá al interior del grupo, de la comunidad, del colectivo o del pueblo que obtiene esa autonomía. Esta independencia, o auto-determinación, no garantiza la construcción de una organización social igualitaria o sea una organización no-heterónoma. Esta concepción de la autonomía, que podríamos decir de “independencia”, es, a nuestro juicio, incompleta. En ese caso, hablar de independencia es suficiente.

Esta primera aproximación del concepto de autonomía, aunque es un buen principio, no supera, no se posiciona como antagónica al concepto de heteronomía. Nos falta algo. Sigamos explorando la relación entre autonomía externa e interna.

 

Autonomía interna y externa: hacia la horizontalidad

Como lo acabamos de ver, obtener una autonomía externa, es decir una independencia respecto a otra entidad, no garantiza una autonomía interna. ¿Pero que entendemos por autonomía interna?

Para explicarnos, tomamos el contexto actual y sus varios niveles sociales, de la población mundial al individuo. Entre todos estos, enfoquémonos sobre un grupo, un colectivo, una comunidad, un pueblo, que para más claridad vamos a resumir al término de entidad social. Si una entidad social obtiene su independencia, va a poder autogobernarse, es decir elegir como funcionar en interno. Pero en dicha entidad social, existen sub-entidades (no jerárquicamente sino cuantitativamente), que pueden ser grupos de amigos, familias, cooperativas, talleres, hasta el más elemental, el individuo. Si la entidad social de referencia quiere otorgar autonomía a sus integrantes, debe pensar una organización social que garantiza la independencia política de cada sub-entidad, o dicho de otra manera, que no niega las subjetividades internas que la componen. Si una entidad social quiere proteger la autonomía de sus sub-entidades, lo único que puede hacer es ponerlas al mismo nivel, sobre un plano horizontal, sobre una igualdad real en los procesos de tomas de decisiones. Y para establecer una horizontalidad completa, las sub-entidades deberían de hacer lo mismo con sus propias sub-entidades, hasta llegar al individuo.

Al inverso, como suele ser en nuestra realidad heterónoma, construimos la autonomía desde abajo. Cuando quieren y lo pueden, los colectivos que podemos formar, las entidades sociales en las cuales participamos, eligen cómo funcionar con las demás entidades sociales. Se ponen de acuerdo para crear herramientas colectivas (asambleas), mecanismos, (rotatividad), estructuras (federaciones), en fin, instituciones que garantizan la igualdad de participación de todos los participantes. Así una verdadera igualdad se construye mediante una participación real de las sub-entidades en las instituciones que garantizan su independencia política. Ya no hace falta esconder más modos de toma de decisión como el consenso y la democracia directa, herramientas indispensables para escuchar la voz de tod@s y construir una horizontalidad interna.

Plantear la independencia y reconocimiento político de todas las entidades sociales y a todos los niveles de la sociedad, significa montar una estructura social horizontal. La organización social autónoma valoriza y cuida a todas las subjetividades y integra la diferencia. Busca no favorecer una o otra subjetividad, tanto en lo interno como en lo externo. Aquí vemos que la autonomía no puede ser una ideología ya que acepta la divergencia de ideas. Se aproxima de una metodología de lo social, una tendencia organizacional. Por lo mismo, no es una utopía, ya existe, aunque sea minoritaria.

Es todo el contrario del estado, que solo valoriza las subjetividades de las clases dominantes e intenta normalizar, aniquilar las otras, imponiendo las mismas leyes a tod@s y homogeneizando vía planes de “acción social” y políticas culturales. El patriotismo es el ejemplo por excelencia.

 

Una subjetividad política

La autonomía significa tomar conciencia de si mismo frente a otro/a, porque uno se autonomiza (se independiza) de otro y tiene que regirse por si mismo. Es descubrir, tener conciencia, que como entidad social, existimos frente a otra.

La subjetividad autonómica adquiere claramente un carácter político que toma importancia en el marco de la lucha de clase. Según autores cómo Amorós, la autonomía es un desenlace, una etapa avanzada de la lucha de clase que podría corresponder al periodo de los años 60 a principios de los 80. En esta época, el proletariado llegó a emanciparse auto-organizándose fuera de los sindicatos y partidos, funcionando por asambleas de bases y llegando a plantear no solo mejores condiciones laborales, sino la superación del estado y el fin del capitalismo. Donde hubo éxitos de asambleas obreras autónomas (España e Italia principalmente), sufrieron de severas represiones, porque constituían una verdadera amenaza para el estado.

Tomar conciencia de si-mismo y de su propio potencial creativo es emanciparse de la estructura estatal dominante que te incorporaba, que te hacía creer que había una necesidad reciproca. Es desarrollar una subjetividad antagónica frente a la estructura opresora. Meta y procesos se redefinen en la lucha de clase. La meta es la superación del capitalismo que se obtiene a través de un proceso de lucha autónoma (de emancipación).

Esa reflexión no acaba con la teoría de la lucha de clase, pero rompe con un marxismo ortodoxo y autoritario en el cual el sujeto revolucionario solo podía ser “El Obrero”, y la revolución seguía etapas precisas, pasando por la toma del poder y el establecimiento de la dictadura del proletariado. A partir de ese entonces, campesinos, marginados urbanos, indígenas e potencialmente todos los oprimidos pueden ser sujetos revolucionarios, y el enfoque se desplazó de la conquista a la destrucción del estado-capitalista.[1] También cambia la perspectiva temporal del combate revolucionario. Ya no se espera o se prepara para “la gran noche”, sino que se desarrolla cotidianamente.

Entonces, la autonomía es también conciencia de clase o por mínimo conciencia colectiva de existir como grupo subordinado. Es una subjetividad que se entera y niega la dominación. Es una subjetividad, quien por opuesta a la heteronomía, busca los caminos de la emancipación. Tal vez es momento de empezar a caracterizar, aunque sea sencillamente, unos rasgos de la heteronomía actual.

 

Estado, capitalismo y heteronomía

Heteronomía, de “heteros” (el otro, uno de los dos, en griego) nomos (ley, en griego). Sustantivo que implica que alguien de diferente a ti, establece las leyes, las normas sociales.

Ante todo, queremos destacar el hecho que la mayoría de la gente, en el sentido común, no sabe lo que es la heteronomía aunque lo experimenta diario y ni ha vivido en otro ámbito. En cambio, la gente cree saber lo que es la autonomía, aunque en realidad, en pocas ocasiones la han experimentado o solo parcialmente.

El estado es heterónomo y sigue produciendo heteronomía ya que se basa no solo sobre la división jerárquica de su administración, sino que gracias a ella plantea las condiciones de una división del trabajo favorable al desarrollo capitalista, y ganancias para quienes lo impulsan. Por lo mismo lo caracterizamos como “estado-capitalista”. A continuación, vemos unas de las concreciones de la heteronomía.

Empezamos por aclarar que es la misma dinámica quien fomenta a la vez las desigualdades socio-económica y la dependencia de los individuos entre ellos. Dependencia a veces descrita como “orgánica”[2]. Se necesita el panadero para el pan, el zapatero para los zapatos, el burócrata para los trámites, el profe para aprender, el obrero para cualquier producto manufacturado, los funcionarios, encargados y policías para averiguar que todos hacemos bien nuestra tarea, que todo sigue en orden… Según viejos liberales y defendedores del estado, esté es un cuerpo, y cada uno de sus miembros es un órgano. El cuerpo así que cada órgano, necesita de todos les demás parar vivir. Si falta algún órgano, el conjunto se muere. Este organicismo sería el cemento de está sociedad, y garantizaría la paz social, ya que todos necesitaríamos a los demás para que la sociedad sigua funcionando. Según esta lógica, hay órganos superfluos, si pierdes uno no pasa nada (el riñón, un obrero) y los vitales (el corazón, el jefe de empresa). La jerarquía social está planteada como natural. La solidaridad nacional es quedarse en el lugar que se le otorgó. A fin de cuenta, esta visión disimula poco la heteronomía de esta organización social. Evidencia que la dependencia a los demás y a los gobernantes es estructural, propio del sistema estado-capitalista. La trampa resida en creer que es algo natural, cuando solo es una construcción social.

En este mundo, para que alguien exista socialmente, se debe hacer “órgano”, es decir “indispensable” para el conjunto. Para eso debe ganar dinero y consumir. Para ganar dinero, uno se debe volverse indispensable (competitivo), que los demás sean dependientes de él, que le compran sus mercancías, servicios o fuerza de trabajo. Más escasos están esos últimos, mas indispensables se hace este individuo. En cambio, los obreros, “todos iguales” en el sistema de producción, son por consecuencias, intercambiables, poco indispensables, incluso desechables. Para poder existir socialmente según este modo, muchos están condenados en aceptar condiciones laborales precarias y alienantes, hasta integrar ser parte de estos cuerpos productivos, empresas como estados naciones. Con el objetivo de ser más indispensable que los demás, y entonces de enriquecerse, uno hará todo lo posible. De ahí la feroz competencia entre los individuos que implica el capitalismo. Y si no eres competitivo, útil, no sirves, no existes socialmente, estás excluido del circuito. Te sacaron todo, te sientes una mierda.

Otro aspecto, vinculado a lo precedente, es él del consumo. Trabajamos para ganar dinero para pagarnos cosas y más cosas tendrá uno, más indispensable se volverá. Lo absurdo va más allá de lo racional cuando ¡Me compró mi carro para ir a trabajar y trabajo para pagar mi carro! ¡Es decir, debemos ser socialmente indispensables para ganar dinero para ser más indispensables! Es toda una vida consagrada a ser más indispensable a pesar que nunca lo seremos como lo es el capitalista, dueño de los medios de producción. Él es indispensable, porque da el trabajo, te permite consumir.

Consumo y trabajo son las dos facetas de la misma moneda, la de la aberración ambiental y de la alienación, la de la dependencia a un sistema del cual perdimos totalmente el control, pero que parece funcionar por si solo, por inercia, como un cuerpo… A la gente se le hace normal, incluso “natural”, que haya vínculos jerarquizados de dependencia. Esta interiorizado que unos hacen mejor las cosas que otros, que haya especialistas para todo. En ese contexto, es normal que nadie se sorprenda que la política sea reservada a unos intelectuales y profesionales. Ellos son los cerebros, su lugar está en la cabeza, en la cumbre de la pirámide.

El dinero concretiza la heteronomía en lo que mediatiza el intercambio, articula la dependencia a los demás, permite que uno no tenga un trabajo que le sirve directamente para comer, sino para ganar dinero para que se compre de comer. El dinero, para seguir con las metáforas corporales, es la sangre que une a los órganos. Permite la desconexión entre la actividad que uno podría tener para cubrir sus necesidades reales, y las necesidades superfluas, siempre renovadas que la dinámica capitalista impone a nuestras vidas, que nos hacen dependientes al trabajo asalariado. En la historia de la humanidad, el dinero aceleró el intercambio, crea la desconexión entre actividad necesaria a la supervivencia y las necesidades superfluas, abrió la puerta a la mercantilización de todo. El dinero es la abstracción de las relaciones reales. Esconde la alienación que está detrás de las mercancías.

Entonces, ¿Tener dinero nos haría autónomo? En el sentido común, podríamos creer que si, porque al parecer, cuando uno se puede comprar todo, dice que es autónomo: “soy autónomo, tengo mi carro propio para ir a trabajar, no necesito ir en metro”. De ahí una de las confusiones del concepto de autonomía. Esta “autonomía burguesa” solo es “independencia material” propio de la sociedad de consumo. Es una desviación del sentido primero del concepto, porque significa un enriquecimiento material, financiero, que se establece precisamente sobre la división social del trabajo, de las jerarquías, gracias a leyes establecidas por una minoría de elites, por y para sus intereses. Esa “independencia material” descansa sobre la dependencia a los otros y la explotación de una mayoría. Esa autonomía burguesa, es solo poder de compra, no es otra cosa que dominación, otro engaño para seguir consumiendo.

La heteronomía orgánica del capitalismo de estado, significa una dependencia social tanto a los demás como a los que mandan. Su despliegue hegemónico se realiza con el mito del consumo, el fetichismo de la mercancía, fomentando la aceptación de esta inercia social autoritaria, es el abismo de la servidumbre. El sistema estado-capital funciona así, divide y excluye, es su esencia. Por esto mismo no nos dejará ser autónomos.

 

Totalidades antagónicas: autonomía VS heteronomía

Entonces ¿Cómo autonomizarse del sistema capitalista o del estado, sabiendo que no existe uno sin el otro? La dificultad reside en independizarse de ellos, ya que abarcan la totalidad de la vida.

En el cotidiano se traduce por obligarnos a comer comida-basura industrial y hasta pagar baños públicos para cagar. De un lado Monsanto patenta la vida y del otro se prohíbe a campesinos a utilizar semillas antiguas no registradas. La dinámica desarrollista nos desposea de todo, tanto de nuestros recursos naturales como de los saberes tradicionales, de las tecnicas artesanales. Con el desarrollo del sector de los servicios en la economía en las últimas décadas, se mercantilizaron masivamente las relaciones sociales. Ya nadie quiere o puede (¿o sabe?) cuidar a sus niños o a sus viejitos, prefieren contratar a una niñera o una enfermera del sector privado, un especialista. Es un hecho, el capitalismo, con la complicidad de los estados, se inserta cada vez más en nuestras vidas, siempre donde le ve perspectivas de ganancias. Alcanza su paroxismo mortífero desplegándose, condicionando, orientando a nuestras pasiones, nuestros sentimientos profundos, imponiéndonos necesidades innecesarias o mercantilizando el amor. Consumismo y espectáculo rigen nuestras vidas.

Por consecuencia, para desarrollar nuestra autonomía, no podemos limitarnos a una independencia política. La autonomía no se puede limitar a una meta alcanzable por políticas de izquierda. Reformar el capitalismo no cambiará nada, las relaciones de producción quedarán igual.

Buscar construir comunidades “autosuficientes” o vivir en grupos marginados, o sea limitarse a una autogestión de nuestra miseria, tampoco nos hará libres, exento de sufrir la explotación capitalista. Si bien conseguimos aislarnos comprando un terreno (ahí está nuestra primera contradicción al comprar) y desarrollar una autonomía interna, pronto el estado o empresas depredadoras vendrán para robar nuestros recursos o prohibiéndonos de vivir como lo queremos, es decir sin ellos. El estado destruirá tus huertos, te desalojará de tu casa y te multará por no pagar los impuestos sobre el petróleo (porque utilizas una aceite casera para tu tractor), y lo justificará en los medias masivos de comunicación argumentando que fue por tu bien y él de la comunidad nacional. Justificará su ataque porque esas plantas que cultivabas no son autorizadas o peor, que no tenías derecho a cosecharla porque son patentadas por una multinacional de biotecnologías. Hasta podrá hacer creer que existían relaciones incestuosas en tu comunidad, nada más por el hecho que intentaba romper con el esquema de familia tradicional y experimentar otro tipo de educación.

Incluso, en el caso de autogestionar nuestras condiciones de explotados sin cuestionar la explotación misma, es apoyar al estado, porque así ahorra parte de su “deber”, él de garantizar el famoso bienestar a toda la población. Es esta lógica cuando se entrega a comunidades el derecho de gobernarse debajo sus usos y costumbres. Es una doble ventaja para el estado: oficialmente, se lucirá de ser respetuoso de los derechos humanos y podrá a largo plazo, folklorizar esos pueblos e utilizarlos como maná turística; oficiosamente, calló revueltas que llevaban, tal vez no de manera explicita y conciente, un discurso anti-estadista mediante la exigencia de autonomía.

Si existen una infinidad de caminos y procesos para llegar a la autonomía, todos enfrentan una totalidad heterónoma, la del sistema estado-capitalista. Para superarlo debemos pasar por la transformación del cotidiano, articulado entre el desarrollo de su autonomía interna y la lucha incesante contra el estado-capital. Se necesitan a la vez cambios objetivos y subjetivos. Él “objetivo” pasa por buscar la autosuficiencia material (alimenticia en prioridad) entre otras relaciones de producción. Tenemos que desarrollar relaciones no-mercantiles (trueque, cooperativas, etc.) al mismo tiempo que boicoteamos las mercancías. Debemos extirpar progresivamente las relaciones comerciales y verticales. Concretamente, implica la producción de un espacio adecuado. Amorós habla de reconquista del territorio. En paralelo debemos reforzar nuestras subjetividades políticas anticapitalistas, gracias a ejercicios reflexivos no desconectados de la transformación objetiva de la realidad. Ser autónomo pasa por desarrollar su capacidad creativa, a generar conocimiento desde fuera del sistema, o por mínimo, fuera de sus categorías y conceptos.

Desde el enfoque revolucionario, la autonomía debe ser expansiva, es decir ir creciendo, tanto internamente como externamente, poco a poco o brutalmente, contra el estado y el capitalismo, hasta su superación. Cuando se para la dinámica de creación de redes de grupos autónomos, de iniciativas de autosuficiencia, cooperativas, o de todo tipo, suele ser por condiciones económicas o porque el estado los esta encerrando, o a través de la cooptación o de la represión. Ahí esta el desafió. Todo queda por construir.

En toda la tierra, no queda un espacio no regido, transformado por un estado. El capitalismo, sus mercados, son globales. Aislarse es imposible. Si bien sería posible construir una autonomía bastante completa, el estado no las tolerará. La huida no sirve, debemos combatir. La autonomía plena se desplegará solamente una vez el sistema estado-capital destruido.

 

De la relación colectivo-individuo a la sociedad autónoma

Contrariamente a tendencias revolucionarias que oponen la dimensión colectiva a la individual, defendiendo o la primacía del colectivo (marxismos ortodoxos y sus intentos de socialismos autoritarios) o la del individuo (el anarquismo individualista), la autonomía significa un esfuerzo continuo de articulación entre les individuos y el colectivo. La autonomía no se encierra en la defensa del colectivo frente al individuo o inversamente. Las libertades individuales están realmente definidas colectivamente vía el auto-gobierno. Es por esa relación que una sociedad autónoma no puede existir sin individuos autónomos y viceversa. Es por lo mismo que la autonomía rechaza la sistematización de la informalidad. Si bien puede funcionar al nivel reducido, en el micro-local, en un grupo de amigo, al momento de realizar la revolución, de destruir la sociedad capitalista para construir una nueva, se necesitará pensar la auto-organización a un nivel macro, al nivel de un conjunto de población más amplio, seguramente al nivel mundial. O por mínimo, la articulación entre los niveles más locales y el global. Por estas razones, unos pensadores de la autonomía (entre otros Castoriadis), utilizaban en sus demostraciones, conceptos como institución, sociedad autónoma, autogobierno, autoplaneación, etc., porque reflexionaban sobre el devenir de la autonomía en grandes escalas temporales y espaciales, para inscribirla en una perspectiva revolucionaria.

Todos los individualismos tienden a oponer las estructuras sociales y la acción individual, tanto en el liberalismo como el anarquismo individualista. Defender el individuo a todo costo, de una manera u otra, lleva a defender una libertad liberal, concebida como “campo de acción”, que corresponde al famoso refrán “la libertad de uno se detiene donde empieza la del otro”. Tal visión de la libertad corresponde a la de la competencia entre individuos, la de la heteronomía, como se presentó anteriormente. Esas tendencias tienden a criticar cualquier forma de organización, a verlas como un peso sobre el individuo, y no negaremos que tienen, por parte, razón. De manera opuesta, parece que ninguna de las tendencias individualistas concibe que una organización pueda realmente garantizar las libertades individuales. Esa confusión podría venir del hecho que hemos integrado los funcionamientos heterónomos, y así pensar que cualquier estructura u organización formal tiende a la homogeneización social.

Sin embargo, la diferencia entre instituciones heterónomas e instituciones autónomas es abismal. Las segundas son las que creamos para garantizar nuestra autonomía individual, es como cuando montamos una asamblea y que se instauran turnos de palabra para que todos sus integrantes puedan expresarse.

A la imagen de la libertad compleja de Proudhon, la autonomía es incluyente, el hombre alcanza su libertad multiplicando y reforzando sus relaciones sociales. Pero en ese caso nos referimos a relaciones sociales no mediatizadas por el dinero. No es nada nuevo, se trata de principios y herramientas colectivas bastante compartidas por los radicales: el apoyo mutuo, la solidaridad, el intercambio de saber, las asambleas, las cooperativas, etc. Otro individuo se vuelve un apoyo al desarrollo personal, no una barrera. Dicho de otra manera, la sociedad autónoma garantiza la autonomía del individuo.

 

Superar la forma, aceptar el movimiento

Para intentar reconciliar tendencias siempre descritas como opuestas, o más bien superar las dos, es importante precisar que, probablemente, nunca habrá una sintonía perfecta entre el individuo y el colectivo. Son dos facetas de la realidad social que se irán confrontando, aprehendiendo mutualmente, compensando, a veces a favor de uno, a veces del otro, pero siempre poniendo en blanco un equilibrio que nunca alcanzaremos, sino temporalmente e ilusoriamente. La valorización de diversas subjetividades que significa la autonomía, implica componer perpetuamente con las divergencias y aceptar el conflicto como constructor. Entonces, las ganas de igualdad entre individuos nunca serán satisfechas, y las tensiones entre las concepciones individualistas y colectivistas permanecerán. Sin embargo, estas frustraciones estarán compensadas por la satisfacción de participar en las decisiones colectivas, de tener un manejo real de su vida.

Las instituciones autónomas no tienen razón de ser perse y ad vitam aeternam. Son herramientas construidas colectivamente para responder a necesidades precisas en ciertos contextos. Por lo cual son flexibles y revocables en cada momento. No deben ser fuente de identidad y caer en la trampa de la auto-justificación de su existencia, sino tener una utilidad social real. Aquí terminamos con el fetichismo de la forma (la forma asamblea, la forma sindicato, la forma afinitaria, etc.) como solución extra-temporal. Tomar su empresa y relanzar la producción puede ser una victoria obrera, seguir autogestionándola según las exigencias de mercado es una derrota. Participar en una asamblea de lucha no nos libera si están manipuladas, infiltradas por vanguardistas y demagogos. Hay viejas organizaciones como la CNT española que tuvieron un papel histórico grandioso, que participaron en momentos revolucionarios, pero quedan incapaces de hacer balances críticos sobre su funcionamiento y su ideología, porque hacerlo pone en blanco su razón de ser. La CNT acaba reproduciendo relaciones de dominación en su interior y niega la autonomía de otros colectivos. Actualmente este sindicato se ve totalmente desacreditado por defender su monopolio del anarquismo y sus peleas internas por el poder. La ideología es siempre intolerante, su sedimentación en identidad la vuelve más radical, como nos enseño la historia, hasta montar campos de exterminación.

Para superar esas contradicciones y adecuar su práctica anticapitalista a las dinámicas sociales internas y externas, se necesita desarrollar nuestras capacidades reflexivas, tener nuestra autonomía de producción de conocimiento. Desarrollar la autocrítica es crucial. Todos los individuos y colectivos apuntando a la autonomía deberían ser capaces de replantear perpetuamente su práctica frente al estado-capitalista y valorar, dentro el espectro revolucionario, la existencia de tal colectivo o tal institución, y no dudar en desmantelarlas si es necesario. Este ejercicio no se consigue mediante lecturas, sino por el propio ejercicio de discusión colectiva, de aprehender las diversas ideas que existen en un grupo social frente a una situación precisa. Desde los imperativos mismo de la autonomía interna, la forma debe ser siempre cuestionada y adaptada al combate revolucionario y no el contrario. Forzar o modelar las teorías revolucionarias a que respondan a las exigencias de una forma, es hacer ideológismo, es producir heteronomía.

Las instituciones autónomas no pretenden fijar la realidad gracias a constituciones que pronuncian verdades para siempre y para todos. Ni quieren hacer ideología ni aplicar las mismas leyes en un espacio socialmente desigual. En resumen, esas instituciones autónomas son todo el contrario del estado. Son múltiples e indeterminadas, frutos de la dialéctica, aprehenden el movimiento de la realidad.

 

Ideales sociales antagónicos

  Autonomía Heteronomía
esquema relacional horizontal vertical
Tipo de libertad dominante libertad compleja libertad de acción
Relación individuo-colectivo articulación entre individuo y colectividad la colectividad impulsa la competencia entre individuos (capitalismo)
Dinámica político-espacial del poder dispersión, redes de colectivos locales, federalismo centralismo, de estado como de centros de acumulación
instituciones y toma de decisión asamblea de base, consejos,

democracia directa

asamblea parlamentaría,

democracia representativa o dictadura

La ciencia aprehender el movimiento de la realidad

(la dialéctica), subjetividad asumida, ciencia al servicio de necesidades reales

imponer el movimiento de la realidad,

(positivismo lógico), ciencia instrumentalizada, las leyes fijan la realidad

Concepción de la naturaleza No hay separación sociedad-naturaleza La sociedad se pone encima de la naturaleza (lo salvaje), la domestica, la civiliza
Tipo de acción Autogestión, autoplaneación (hetero) gestión, (hetero) planeación
Dinámica social lucha contra todo tipo de dominación mantenimiento de una jerarquía
Tipo de intercambio Apoyo mutuo, trueque, etc. Relaciones sociales mercantilizadas

 

Concretamente, un grupo o colectivo que quiere funcionar de manera autónoma y que se quiere inscribir en una perspectiva revolucionaria, debe entonces plantearse una autonomía tanto interna como externa. Para cualquier grupo, poner en práctica la dimensión interna de la autonomía significa anticipar y asegurar la independencia de los grupos que están “dentro de él” como su convivencia y su participación política. Es empezar a experimentar la libertad mediante el balance de distintos dispositivos sociales e impulsar un ejercicio auto-critico permanente de las instituciones autónomas que construimos. Es empezar la revolución a través de la transformación del cotidiano, es tanto organizar su defensa como preparar la post-revolución. En cambio, buscar la autonomía externa implica extenderla a todos los sectores de la sociedad, es intentar poner los entes superiores a nuestro nivel. Dicho de otra manera, se trata de echar por abajo al estado. Hay pocas posibilidades que esta fase sea siempre pacifica. Es el aspecto ofensivo, revolucionario de la autonomía.

La utopía de una sociedad autónoma apuesta a construir una simultánea independencia y conexión entre todas las entidades de la sociedad, del individuo a los colectivos y con los colectivos de colectivos, apuntando una horizontalidad teórica inalcanzable, pero en la cual podríamos acercarnos echando por abajo el sistema estado-capital. La Autonomía significa, en nombre de la emancipación de todos, articular lo local y lo global, el individuo con el colectivo, lo interno como lo externo. Se trata de componer efectivamente con las fluctuaciones de lo social y sus divergencias subjetivas, de crear una sociedad que aprehende la propia dinámica de lo social. Eso implica que se re-evalúan, se reconfiguran perpetuamente las metas a través de los procesos. Repetimos, la autonomía no es una ideología, un sistema de ideas que traza un camino que seguir, una línea política con un objetivo específico. La autonomía es un tipo-ideal de relación social horizontal incluyente, esencialmente antagónica a la heteronomía.

¿Argumentar que solo existe una autonomía sería hacer autonomismo? No, porque la autonomía revolucionaría es la que valoriza las subjetividades y aprehende sus divergencias. Esta autonomía se construye con métodos distintos y cada sujeto colectivo, en su busqueda, prioriza ciertos aspectos según sus necesidades y/o sus capacidades. No se trata de decir a algunos colectivos políticos o comunidades indígenas que su autonomía es falsa, pero que si puede ser incompleta desde una perspectiva revolucionaria. Porque el estado-capital siempre intentará desestabilizar las experiencias autónomas, habrá que repensarlas, actualizarlas, para impulsar un cambio radical y quitar definitivamente los frenos al movimiento de la vida.

 Juan del Rio Ba

 

 

Referencias indicativas:

Amorós Miguel, 2005, ¿Qué fue la autonomía obrera?, Charla en la nave ocupada La Rabia, Barcelona, 23 de enero de 2005.

Amorós Miguel, 2014, ¿Es posible romper con el capitalismo desde la ciudad?, Argelaga Revista antidesarrollista y libertaria.

Castoriadis Cornelius, 1975, La institución imaginaria de la sociedad.

Lefebvre Henri, 2013 (1974, ed. original), La producción del espacio.

Lucha Autónoma, ¿Que es la autonomía?

Lopes de Souza Marcelo, 20011, Autogestión, “autoplaneación”, autonomía: Actualidad y dificultades de las prácticas espaciales libertarias de los movimientos urbanos

Zibechi Raúl, 2007, Autonomía y emancipación en America Latina.

 

[1] Esas reflexiones, originadas por el “marxismo autónomo”, participaron a un acercamiento importante entre fracciones marxistas y anarquistas. Al respecto, Marcelo Lopes de Souza considera que el movimiento libertario abarca esas dos tendencias.

[2] La solidaridad orgánica de Durkheim y otros teóricos liberales.

 

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